"Y ahora me llaman Papa cuando lo que yo quería era seguir siendo un pobre cura de pueblo". Palabras de este talante y humildad son las que salían, con frecuencia, de la boca de Juan XXIII, el Papa de la Paz. Pocos imaginaban que un hijo de campesinos, en un pontificado que los medios y la propia curia calificaban "de transición", pudiera iniciar el mayor Concilio ecuménico de la Historia de la Iglesia.
Esta tarde me ha ocurrido algo maravilloso, no sé si os ha pasado alguna vez. A mí, estas cosas me dan vida. Es como el que, de pronto, descubre que tenía un maletín lleno de chocolatinas bajo su cama y que, durante muchos años, no ha sido capaz de olerlas. Pero, resulta, que un buen día da con ellas. Tengo en casa muchísimas películas, de todo tipo, históricas, comedia, dramas... Pero, por falta de tiempo, o porque sé que siempre van a estar ahí, casi nunca me pongo a verlas. Cada noche, al guardar el móvil en el cajón de mi mesilla, me topaba con la carátula del largometraje "Juan XXIII, el Papa de la paz". No exagéro si digo que llevaba ahí más de un año y, yo, pobre ignorante, nunca reparé en él . Pero, hoy, por exigencias universitarias, la he visto. Aún estoy flotando en una nube, casi mística diría yo. No tengo palabras, sólo puedo atinar a escribir estas:¡Tenéis que verla! ¡Todo aquel que valore la humildad, tiene que verla!
Àngello Roncalli era el cuarto de catorce hermanos y su familia se dedicaba en exclusividad al campesinado. Apenas tenían dinero para subsistir así que, ante la temprana vocación del pequeño, su padre cerró la posibilidad de inmediato: "necesito hijos trabajadores para que entre el pan en esta casa y poder vivir, así que, nada de curas". Lo que no sabía el padre de Àngelo es que cuando Dios llama no hay puertas ni muros que puedan detener su voz y que cuando una vocación latente se reprime lo único que se consigue es que estalle con más fuerza y energía, inundando a todos de amor. Roncalli se dio cuenta, no había vuelta atrás, Dios estaba en él y necesitaba darse a los demás. El Señor se salió con la suya. Gracias a la ayuda económica de un sacerdote amigo y de un terrateniente, el pequeño pudo ingresar en el seminario y, después de unos años de preparación, recibió las Sagradas Órdenes.
Juan XXIII fue su nombre una vez elegido Papa pero, antes de ello y durante toda su vida, Àngelo Roncalli demostró ser fiel transparencia de Jesús. Ante todo era humano, tenía los pies en el suelo y, aunque era un hombre de profunda Fe y temor a Dios, no dejó de lado, jamás, los problemas de los que clamaban un poco de justicia. Su gran conciencia social, lejos de inmunizarlo, lo mantuvo despierto y entregado a los demás durante uno de los periodos más duros y crueles de la historia moderna. Los totalirismos estaban en pleno auge y la Iglesia no era bien recibida en sus casas. Persecusiones, matanzas de seres humanos inocentes, campos de concentración, todas estas barbáries, junto a un buen corazón aferrado al Señor, fueron forjando la personalidad de este Papa que eclipsó a un mundo que clamaba sin cesar un nuevo portavoz de Cristo, en definitiva, un nuevo emisario de la Paz.
Ante todo, a Àngelo le importaba la persona. Desde Roma le solían criticar porque, durante su estancia en Bulgaria -siendo ya Obispo-, se relacionaba con la Iglesia Ortodoxa o se encargaba de tramitar "visados de tránsito" de la delegación apostólica para salvar a los judíos del cruel destino que les esperaba en Mauthausen-Gusen o Treblinka. "Àngelo, te dedicas a ayudar a todos pero, ¿cuántas conversiones has conseguido en este tiempo?", le preguntaban desde el Vaticano. Cuando tuvo que dejar Bulgaria, un gran número de fieles ortodoxos, campesinos y obreros pobres, salieron a despedirlo en señal de gratitud y ecumenismo. "¿Conversiones? -respondió-, la gratitud y el amor son las verdaderas conversiones...". El Papa bueno, el Papa de la paz -lo llamaban- no son calificativos alimentados de vagueza o rumores sino de actos y de entrega.
No tiene por objeto, esta entrada, ser una biografía de Àngelo Roncalli, eso, no tendría ningún sentido ya que en internet hay cientos de páginas donde poder encontarla y, por lo tanto, yo no estaría aportando nada nuevo. No, no son los datos biográficos los que pretendo destacar sino su forma de vivir, sus palabras y su buen hacer. Nada más ocupar su lugar correspondiente en el Estado Vaticano llevó a cabo unas cuantas medidas que, estoy seguro, no le harían ni pizca de gracia a la curia de 1.958. Decidió que, debido a su voluminoso peso, los cargadores de la silla papal debían cobrar más que cuando estaba su antecesor Pío XII, además también les subió el sueldo a los jardineros, "por lo bien que cuidaban de las flores, las hijas mudas de Dios". Pero, ¿de dónde sacó el dinero para poder remunerar con un mayor salario a los empleados? Pues, rebajó el sueldo de la curia y, así, de paso, les recordó que el voto de pobreza también iba con ellos. Este Papa venía pegando fuerte y se las traía. Muy pronto, estaría en boca de todo el mundo debido a su infinita bondad.
Si había algo que obsesionaba a Juan XXIII, era el logro de la paz. "Hay tanto que hacer, hay tanto dolor. La paz es posible, es necesaria, los mandatarios del mundo se tienen que sentar en una mesa y dialogar. Los cristianos mismos tenemos que dialogar. El dialogo es la base de toda relación, por muy crispada que esta pueda llegar a ser, mediante el diálogo es posible entenderse. ¿Acaso si Kruschev y Kennedy se sentaran en una mesa y dialogaran no iban a entenderse? Claro que sí, lo que pasa es que nadie quiere dar el primer paso. Los humanos no debemos defendernos sino entendernos".
"Los cristianos no pueden tener miedo, deben ser atrevidos", decía constantemente. Y él lo fue, sí que lo fue. En situaciones de máxima tensión supo mantener el talante, rezar y confiar en que la providencia lo ayudase a elegir el buen camino. Quiero hacer mención a un mensaje que Juan XXIII lanzó por radio a las altas esferas comunistas y capitalitas en plena Guerra Fría. Resulta curioso, y he consultado en varios libros y páginas web, no encontrar alusión alguna a este acto tan memorable y decisivo para el destino de la humanidad. Durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1.962, los dos bloques principales que conformaban los bandos de la guerra fría, EE.UU y la URSS, estuvieron a punto de enfrentarse y causar la muerte de millones de personas mediante una hecatombe nuclear. "Después de continuas negociaciones secretas", recogen los libros de historia, las dos potencias llegaron a un acuerdo y pusieron fin a la crisis. Pero falta un detalle, una pieza sin la que el puzzle no acabaría de encajar. Juan XXIII, consciente de la importancia de los medios de comunicación y del desastre que supondría el estallido de la crisis, grabó un mensaje radiofónico que, posteriormente envió a la Casa Blanca y al Kremlin. En él instaba, con palabras de paz y cordura, a que pesaran en las víctimas, en la gente inocente que iba a morir, y a que valoraran si realmente era necesaría esa guerra. Ninguno de los dos bloques quería dar el primer paso, eso sería como aceptar la superioridad del enemigo. Finalmente, escucharon al Papa y ambos acordaron retirarse al mismo tiempo.
En sus cinco años de pontificado visitó hospitales, parroquias y cárceles, transmitió la Palabra allí donde puso un pie, y escribió su famosa -y no exenta de polémica- encíclica "Pacem in terris". Pero, sin duda, por lo que Juan XXIII ha pasado a la historia ha sido por preparar y convocar, en 1.962, el Concilio Ecuménico Vaticano II. Él lo define así: "La Iglesia debe encontrar nuevas palabras para llegar al corazón de todos. Las verdades de la Iglesia son inmutables pero podemos cambiar el modo de comunicarlas a los fieles. Ya que grandes peligros amenazan la paz y grandes son los cambios de nuestro tiempo, el Gran Concilio no tiene que discutir sobre dogmas sino sobre cómo debe la Iglesia responder a los problemas de hoy". Católicos, Protestantes y Ortodoxos, fueron uno, comenzaba el camino hacia el Ecumenismo: Gracias Juan.
Murió una tarde de septiembre de 1.963, su luz se apagó en la tierra pero comenzó a brillar en el cielo. Se fue tranquilo, sereno, como sólo se puede marchar aquel que confía ciegamente en Dios. Ascendió para unirse, definitivamente, con Jesús. Por fin, pudo corresponder al abrazo fraterno que Cristo nos lleva ofreciendo, desde hace 2.000 años, con sus brazos extendios en la Cruz. Se fue para seguir caminando y mediando por la paz del mundo. "Nunca se deja de caminar porque la vida está hecha de cielo, sólo nos detenemos un rato aquí, en la Tierra, para seguir, posteriormente, nuestra senda".
2 comentarios:
Cierto es, y te lo digo de corazón, que cuando una vocación latente se reprime...
Me llama la atención cómo el Papa Juan (el Papa Bueno) nos sigue animando a muchos para seguir adelante con nuestra fe. Hombre, por algo fue proclamado Beato por el "otro santo" Juan Pablo II, los dos, camino de los altares.
Gracias por esa entrada tan tuya Charly!!!.
Ey! gracias por tu comentario! La verdad es que me ha quedado un poco larga la entradita de Juan, pero había tantas cosas buenas que quería decir! Menudos están hechos los dos colegas, Juan y Juan Pablo, tal para cual. Gracias que Dios pone a gente de sus tallas ante los ojos del mundo y de los cristianos. Así podemos tener un ejemplo terranal de lo que que es ser un auténtico cristiano.
De nada, por esta entrada tan mía. Es siempre un placer escribir aquí!
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