Aunque bien pudiera hacerlo cada vez que salgo a la calle, he decidido darles las gracias por aquí. Ayer, mirando el contador de visitas de mi blog, pude comprobar que, a pesar de llevar semanas sin escribir, la gente ha seguido picoteando por aquí. No sin asombro descubrí que una gran parte de las entradas proceden del otro lado del Atlántico, concretamente de América central y, sobre todo, del sur.
España acoge un gran número de inmigrantes prodecentes de Perú, Venezuela, Bolivia... Precisamente, un colega de Quito me comentaba bromeando hace poco que Madrid es la tercera ciudad más poblada de Ecuador. Por eso, como comentaba al principio, no es difícil darles las gracias porque siempre puedes verlos en el metro, detrás de la barra de un bar, limpiando algún portal...en definitiva: trabajando.
Pero de todos los lugares en los que veo gente latina me quedo con uno. Es el lugar de la fraternidad, en el que todos somos exactamente iguales. Es el lugar de la eucaristía. Me encanta entrar en la iglesia cada domingo y verlos ahí sentados, en familia. Vienen todos: el padre, la madre y los críos. El pequeño viene en el cochecito y posiblemente llore pero, no importa, están todos.
A pesar de cargar con trabajos duros y por lo general mal pagados, sacan tiempo (y eso es lo que me admira) para entregarselo a Dios. Nosotros, los religiosísimos; los de la vieja Europa de tradición cristiana; los de los grandes Santos; los devotos...nosotros, siempre andamos corriendo y apenas atendemos nuestras necesidades espirituales en detrimento de una fe cada día más vacía y debilitada.
Ellos, los inmigrantes, son, sin duda, un ejemplo para seguir. Los sudamericanos, a los que los Europeos les acercamos la Palabra hace más de 500 años, han vuelto hasta aquí para demostrarnos que posiblemente la tengan mucho más interiorizada que los occidentales, a pesar de que contamos con más de 2000 años de cristianismo.
Ahora son ellos los que zurcan el Atlántico. Posiblemente, también hayan descubierto un Nuevo Mundo. Por desgracia, mucho más alejado de Dios de lo que esparaban. Aun así, no pierden la fe. Al revés, con su aperturismo, su sencillez y profundidad nos dan una lección de humildad y vivencia de Cristo. Pero, sobre todo, ayundan a que el resto de la gente sencilla que compartimos la eucaristia, nos contagiemos con esa fuerza que transmiten y que nos ayuda a vivir la fe con mayor plenitud.
1 comentario:
Muy bueno.
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