lunes, 7 de abril de 2008

Martín Descalzo

Internet, todo está en internet. La web es nuestra nueva compañera diaría. Sin las tres "w", cierto es, que este blog no podría existir. Interactividad; comunicación con cualquier otro punto del mundo conectado; información; reserva de vuelos... La lista podría hacerse interminable, porque las posibilidades también lo son. Para nosotros, hijos de las nuevas tecnologías, un mundo sin adelantos sería como un mundo a medias.

Pero, ¿podemos reducir nuestras vidas a la pantalla del PC? ¿Por qué me hago esta pregunta? Porque cuando encuentras tesoros como el que he hallado es difícil pensar que las nuevas tecnologías lo sean todo.

Puede que dentro de unos siglos no existan, puede que los hayan digitalizado y las bibliotecas pasen a formar parte de una étapa anterior de la Historia del hombre. Por eso, hoy por hoy, prefiero pensar que están totalmente disponibles y que el placer de devorar páginas sentados en el sofá de casa nadie nos lo va a robar jamás.

Los libros son joyas. ¿Quién se acuerda hoy en día de los vinilos? ¿Quién se atreve a comprarse un vídeo? Todo el mundo opta por el DVD, ¡qué digo DVD! Por el Blue Ray, que Sony ha ganado la batalla... ¿Pasarán a ser las páginas de papel piezas de coleccionista? Yo, prefiero aprovechar, ahora, que los libros, todavía, siguen a buen precio.

Él ya no está, hace unos años que goza de la vida eterna. Pero, estoy seguro, de que se tuvo que marchar a la otra orilla siendo el periodista más pleno del momento. ¿Cómo no iba a irse feliz con la cantidad de "hijitos" que ha dejado en este mundo?

Se llama Jose Luis Martín Descalzo. Así, completo. Me gusta decir su nombre y apellidos porque, si no, me parece que me quedo corto alabándolo. Se coló en mi vida como un periodista en el Concilio. Sin hacer ruido, casi por casualidad. Me encontró gracias a un trabajo académico sobre la relación entre la prensa y el Concilio Vaticano II. Me encontró, me agarró y, aún hoy, no me ha soltado.

Escribe como todo periodista desearía escribir; describe como toda cámara fotográfica desearía captar la realidad; convence como todo revolucionario quisiera y entiende como poca gente es capaz de comprender. Creo que llevaba unas gafas, cuyos cristales tenían un filtro que hacía que tras ellos todo fuera amor. Era capaz de ver lo bueno del ser humano, siempre lo positivo. ¿Lo malo? Lo malo existe porque nosotros no empeñamos en que así sea.

Lo envidio sanamente. Sabía disfrutar de los pequeños detalles y exprimía al máximo la oportunidad de vivir que le había brindado Dios. Simplemente, tenía "Razones". Razones para la felicidad, para la alegría, para la esperanza, para el amor... Sin duda, este cura y periodista, este maestro del humanismo, ha conseguido que los libros sigan teniendo un lugar muy importante en el presente, y que leer sea todo un gozo. Además, acabo de mirar en internet su lista de publicaciones y, al menos veo una treintena de obras. ¡Menudo legado!

Si no lo conoces, te invito a que te lances, ciegamente, sobre sus letras. Si, por el contrario, ya eres colega de Martín Descalzo, estarás de acuerdo conmigo en que no hay mejor manera de acabar esta entrada que cediéndole la palabra:


"Ahora, Padre, que se acerca el momento de volver a tus manos, déjame agradecerte este don de ser hombre que tú me regalaste durante treinta años.

Ha sido hermoso ¿sabes? Hermoso y doloroso, es bien cierto, mas, sobre todo hermoso: tener carne, sentirme débil, conocer el paso del tiempo por tus horas, amar desde más cerca y uno a uno, tender la mano a los amigos, comer con ellos en la misma mesa y ver sus ojos líquidos que tratan de decirte que te quieren, aunque luego mil veces el corazón se descarríe.

¿Sabes, Padre? Siempre quise a los hombres, pero ahora se diría que me he enamorado de ellos, precisamente porque son tan pequeños y necesitan tanto. Ahora ya no sabría vivir sin el ser humano y por eso te pido -es mi último deseo en este mundo- que me permitas seguir siéndolo en las anchas praderas de lo eterno.

Déjame que me lleve este cuerpo, y estas manos, y estos ojos que en la Tierra aprendieron a reír y llorar, y estos pies caminantes, y el pobre corazón que fue lo que mejor nos salió en los siete días iniciales.

No creas que me olvido del mal y de la muerte. ¿Cómo podría hacerlo ahora que los siento subir por mis venas? Yo conozco la fría violencia del hombre y el egoísmo sucio que respiran su alma y sus pulmones, he visto la serpiente de su odio enroscándoseme en torno a mi vida; mas también he medido su ignorancia, su mirada de niños descarriados y he gustado el vino más hermoso: el del perdón.

¿Qué Dios seríamos nosotros si no tuviéramos nada que perdonar? El mal del hombre permite que se vea la más hondo de nuestro ser, la última razón de nuestra triple existencia, ya que amor sin perdón es medio amor".


Fragmento extraído de "Hablan Jesús y el Padre". Recogido en el libro Fábulas y relatos de J.L.M.D.


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