miércoles, 12 de marzo de 2008

Debiluchos consentidos

Comienza la cuenta atrás. El hermano de María y Marta ha resucitado por medio de Jesús. "Lázaro, ven fuera", le exige el Señor desde la puerta del sepulcro. "Desatadlo y dejadlo andar", indica a los presentes. Tres, dos, uno... El tiempo se agota. Las horas corren en pos de la muerte. La sangre del Cordero, apunto de ser derramada, aún se asienta en el costado esperando la lanza del romano. Cristo se prepara para extender, eternamente, los brazos en la cruz en busca del Perdón, la Redención y la, siempre triunfante, Resurrección.

Ya está aquí. Miles de cofradías ultiman los detalles de sus salidas para que nada falle. Cada cosa ha de estar en su lugar. Cada suceso, cada paso tiene su momento propio, justo y único. Todo bajo control para que la religiosidad popular tome las calles dando, a más de uno, una buena lección de Fe y compromiso.

Hay ganas de Semana Santa. Ya se siente el cosquilleo en el estómago, se nota en las parroquias y se proyecta en las homilias. Cuarenta días de camino hacía el Domingo de Resurrección. ¿Hemos hecho los deberes o hemos pasado por alto este lapso de reflexión y austeridad? Desde luego, no soy yo quien para juzgar a nadie, ni la manera de vivir este tiempo de espera.

Pero hoy, en misa, casi sin darme cuenta, me surgía esa cuestión: ¿he captado el sentido de la cuaresma? ¿He sabido vivir en torno a sus exigencias? ¿Estoy preparado para mi cita anual con la Redención? Intentado hacer repaso por el mes de febrero, por cada uno de los domingos, me he quedado en blanco. Mi cabeza o mi corazón no podían resumir, ni recordar cada una de las vivencias que, entorno a Dios, he intentado llevar a cabo en estos días.

¿No ha servido de nada? ¿No siento nada? ¿Cuántos cristianos, al igual que yo, en este momento se estarán sintiendo débiles ante el Señor al ver que su fe quizá no es tan estable ni incorrupta como se pensaban? ¡Qué ruina! Sentí ganas de llorar. ¡Háblame! Indícame por dónde ir, supliqué. Esperé en silencio. Nada. Desconecté de la lectura. Pero, de pronto, tras el eco de la voz de la señora que leía la Palabra, me vino a la cabeza el recuerdo del Evangelio del domingo anterior: Lázaro.

Eso es. Lázaro, yo era Lázaro. Estaba muerto y maniatado, atrapado en un sepulcro. Pero, con tan sólo desearlo, Jesús, me devolvería a la vida. Todo es mucho más fácil de lo que a veces pensamos. Antes, incluso de acabar de desearlo con todas mis fuerzas, ya estaba ahí. Cristo estaba retirando la piedra de la tumba. Es entonces cuando te das cuenta de que ese "Lázaro, ven fuera" no es una mera expresión que se queda en el fino papel de la Biblia, sino que son palabras vivas que Jesús nos grita a cada uno de nosotros.

"Desatadlo y dejadlo andar", añade. Libres, sólo así es posible resucitar el ánima, tener una esperanza por la que existir y miles de momentos buenos que compartir y recordar. ¿Te sientes vivo? ¿Te sientes lleno de Dios y a la vez que lo necesitas? ¿Dejaste atrás tus sepulcro cómo Lázaro? ¿Sí? Pues, entonces, tu cuaresma (y la mía, ya que estamos) no han pasado en balde.

¿Por qué cuento esto aquí? Porque hoy he aprendido una lección que me gustaría compartir y que no es otra que ésta: Por más perdido que estés, al final, el Señor te vuelve a tocar. Te dice: "sé que eres débil, pero no me avergüenzo de ello, sino que lo acepto". Al final, la Eucaristía siempre acaba renovándote, te vuelve a dar el sentido que creías perdido y te facilita el retorno a la senda que estuviste apunto de abandonar porque creíste que era demasiado sinuosa para ti.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso, y muy adecuado para reflexionar y rezar en esta Semana Santa, previa a la Pascua del Señor. Muchas gracias por compartir tus pensamientos y reflexiones. cya

Carlos Sz dijo...

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