lunes, 31 de marzo de 2008

Triduo Pascual

Después de la Semana Santa, a los cristianos nos embarga una sensación de felicidad sin parangón alguno. Nuestra fe resucita con Jesús. Deja el sepulcro y se vuelva hacia sus files para caminar entre ellos y proclamar el Misterio de la Resurrección. Pero, a dicha resurrección le precede una Pasión y una Muerte. Por ello, no me gustaría dejar pasar de largo uno de los momentos más profundos y hermosos con el que los seguidores de Cristos nos enfrentamos cara a cara cada año: el Santo Triduo Pascual. Es, sin duda, tiempo de silencio, reflexión y contemplación.

JUEVES SANTO: Una Cena pulcra y humilde

No hace falta aparecer en la lista de invitados, todos estamos convocados al banquete del Señor. Una cena íntima, profunda donde Jesús ama hasta el extremo de entregarnos toda su persona y existencia. La Última Cena. En esta noche el amor de Dios por sus criaturas se desborda, se vuelve locura de amor y redención.

Cristo quiere despedirse y nos deja su última enseñanza. Sin que nadie lo espere, ni lo imagine, de repente, el Maestro y el Señor, aparece ante los discípulos como un esclavo que los lava y purifica. Al modo de los profetas del Antiguo Testamento, Jesús realiza un gesto, que sus apóstoles jamás olvidarán. Tan sólo después de la muerte y resurrección, comprenderán que, Jesús, en esta cena les daba las claves de interpretación de toda su existencia. Antes de adelantarnos los dones de su Cuerpo y su Sangre, el Señor nos lava los pies dándonos un ejemplo de humildad para que nosotros, también, hagamos lo mismo.

Jesús, se desprende de las vestiduras de su gloria divina y se viste con ropa de esclavo. Baja hasta la extrema miseria de nuestra caída. Se arrodilla ante nosotros y desempeña el servicio del esclavo; lava nuestros pies sucios, para que podamos ser admitidos a la mesa de Dios.

VIERNES SANTO: ¿La humillación extrema?

Jesús aparece ante nosotros elevado sobre el árbol de la Cruz. Entrega, así, plenamente, los dones que anoche en la Cena adelantaba en las especies Eucarísticas del pan y el vino: su Cuerpo y Sangre se entregan por todos los hombres, sellando la Alianza Nueva y eterna que se consumó en el monte Calvario.

Miremos a la Cruz y contemplemos a quien no tenía ni aspecto humano, miremos al que es la belleza en plenitud y que aparece desfigurado por nuestros pecados. Jesús, se convierte en un Dios débil y humillado, desalentado. Vendido por Judas, negado por Pedro, juzgado por el Sanedrín, por Herodes y Pilato. Condenado a muerte, escarnecido en la Cruz, insultado por los ladrones y por los Sumos Sacerdotes: "Si eres hijo de Dios, sálvate y baja de la Cruz". “Ha salvado a otros y a sí mismo no se puede salvar”. El Dios Jesús callaba. Ofrecía su mejilla a los que le golpeaban y soportaba que se mofasen de Él. Y Dios muere, no con una muerte heroica y grande, sino humillante y dolorosa, escandalosa. Muere crucificado, tormento horrible, condena de esclavos.

Pero, la cruz, que hasta ese momento había sido un instrumento infame y deshonroso, se convierte, así, en árbol de la vida y escalera de gloria. Una honda alegría le llenaba al extender los brazos eternamente sobre la Cruz. Sin excepción, para que supieran todos que así de abiertos tendría siempre los brazos para los pecadores que se acercaran a Él. Lo que parecía ser tragedia nacida de odio fue en realidad el triunfo más grande del amor.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?"

La crucifixión no fue el final de la historia. La muerte no tenía ningún poder sobre Jesús. La mañana del tercer día, Él se levantó de la tumba en poder y gloria. Y, ahora, ¡vive para siempre! Porque Él vive, nosotros también podemos vivir. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. Él que cree en mí vivirá, aunque muera” (Juan 11:25).

La resurrección del Señor no es la reanimación de un cadáver; no es la vuelta a una vida finita y perecedera como la nuestra; no es la supervivencia del alma inmortal, pues el Resucitado tiene un cuerpo glorioso. No es un prodigio extraordinario, sino la intervención creadora definitiva de Dios. La resurrección no es la permanencia del recuerdo de Cristo entre sus amigos y familiares. En ella Jesús realmente ha sido liberado de la muerte y ha alcanzado la vida definitiva de Dios.

Jesús tenía razón, Dios está con él. Los discípulos comprenden que en la vida y en el mensaje de este hombre se encierra algo único e incomparable, que es necesario anunciar a todos los demás hombres: Jesús ofrece verdaderas garantías para alcanzar una liberación definitiva, incluso, por encima de la muerte.

Para muchos la muerte es un tabú que hay que ocultar y eludir. Sólo ha habido un Hombre en la Historia que se ha atrevido a hablar en contra del tabú de la muerte. El que se ha llamado a sí mismo: Verdad y Vida. Resurrección y vida. El que ha prometido vida eterna a los que creen en Él. Dios no esquiva la muerte. Pasa por ella, pero la vence. La Resurrección de Jesús, sin duda, es el mayor acontecimiento que, jamás, haya vivido la humanidad.


De las homilías del padre Juan Enrique en la parroquia de San Pedro en la Línea de la Concepción, Cádiz, España.


miércoles, 12 de marzo de 2008

Debiluchos consentidos

Comienza la cuenta atrás. El hermano de María y Marta ha resucitado por medio de Jesús. "Lázaro, ven fuera", le exige el Señor desde la puerta del sepulcro. "Desatadlo y dejadlo andar", indica a los presentes. Tres, dos, uno... El tiempo se agota. Las horas corren en pos de la muerte. La sangre del Cordero, apunto de ser derramada, aún se asienta en el costado esperando la lanza del romano. Cristo se prepara para extender, eternamente, los brazos en la cruz en busca del Perdón, la Redención y la, siempre triunfante, Resurrección.

Ya está aquí. Miles de cofradías ultiman los detalles de sus salidas para que nada falle. Cada cosa ha de estar en su lugar. Cada suceso, cada paso tiene su momento propio, justo y único. Todo bajo control para que la religiosidad popular tome las calles dando, a más de uno, una buena lección de Fe y compromiso.

Hay ganas de Semana Santa. Ya se siente el cosquilleo en el estómago, se nota en las parroquias y se proyecta en las homilias. Cuarenta días de camino hacía el Domingo de Resurrección. ¿Hemos hecho los deberes o hemos pasado por alto este lapso de reflexión y austeridad? Desde luego, no soy yo quien para juzgar a nadie, ni la manera de vivir este tiempo de espera.

Pero hoy, en misa, casi sin darme cuenta, me surgía esa cuestión: ¿he captado el sentido de la cuaresma? ¿He sabido vivir en torno a sus exigencias? ¿Estoy preparado para mi cita anual con la Redención? Intentado hacer repaso por el mes de febrero, por cada uno de los domingos, me he quedado en blanco. Mi cabeza o mi corazón no podían resumir, ni recordar cada una de las vivencias que, entorno a Dios, he intentado llevar a cabo en estos días.

¿No ha servido de nada? ¿No siento nada? ¿Cuántos cristianos, al igual que yo, en este momento se estarán sintiendo débiles ante el Señor al ver que su fe quizá no es tan estable ni incorrupta como se pensaban? ¡Qué ruina! Sentí ganas de llorar. ¡Háblame! Indícame por dónde ir, supliqué. Esperé en silencio. Nada. Desconecté de la lectura. Pero, de pronto, tras el eco de la voz de la señora que leía la Palabra, me vino a la cabeza el recuerdo del Evangelio del domingo anterior: Lázaro.

Eso es. Lázaro, yo era Lázaro. Estaba muerto y maniatado, atrapado en un sepulcro. Pero, con tan sólo desearlo, Jesús, me devolvería a la vida. Todo es mucho más fácil de lo que a veces pensamos. Antes, incluso de acabar de desearlo con todas mis fuerzas, ya estaba ahí. Cristo estaba retirando la piedra de la tumba. Es entonces cuando te das cuenta de que ese "Lázaro, ven fuera" no es una mera expresión que se queda en el fino papel de la Biblia, sino que son palabras vivas que Jesús nos grita a cada uno de nosotros.

"Desatadlo y dejadlo andar", añade. Libres, sólo así es posible resucitar el ánima, tener una esperanza por la que existir y miles de momentos buenos que compartir y recordar. ¿Te sientes vivo? ¿Te sientes lleno de Dios y a la vez que lo necesitas? ¿Dejaste atrás tus sepulcro cómo Lázaro? ¿Sí? Pues, entonces, tu cuaresma (y la mía, ya que estamos) no han pasado en balde.

¿Por qué cuento esto aquí? Porque hoy he aprendido una lección que me gustaría compartir y que no es otra que ésta: Por más perdido que estés, al final, el Señor te vuelve a tocar. Te dice: "sé que eres débil, pero no me avergüenzo de ello, sino que lo acepto". Al final, la Eucaristía siempre acaba renovándote, te vuelve a dar el sentido que creías perdido y te facilita el retorno a la senda que estuviste apunto de abandonar porque creíste que era demasiado sinuosa para ti.

viernes, 7 de marzo de 2008

Un Mal Sueño

Hoy es un día triste. ETA ha vuelto a matar. Nos golpea su ignominia y nos vuelve a trasladar al estado de impotencia al que, por desgracia, nos tiene acostumbrado. Qué desazón, qué triste se siente el alma, qué malestar interior, qué ganas de explotar y decirles cuatro cosas bien dichas...

Amodorrado, casi de forma autómata, escribo estas líneas acechado por la sombra de la incredulidad. Roto. Desgarrado por dentro cual cerdo desollado en el matadero. Si logro contener estas arcadas que auguran un vomito agrio, quizás, tenga fuerza para escupir mi rabia sobre todas sus siglas, una a una: E, T, A.

¿De qué sirvieron tantos mítines, debates televisivos y falsas promesas? Me siento estafado. Frente al terrorismo mano dura, vociferan los líderes políticos. "ETA está vencida por la democracia", afirma el señor Zapatero. "Los derechos de las personas volverán a España", asegura Rajoy. Falso. La banda sigue matando. Personas inocentes siguen muriendo y familias enteras quedan destrozadas.

Dios mío... qué desesperanza. ¿Acaso estamos destinados a soportar de por vida las macabras actuaciones de esta banda de criminales? No, me niego a aceptar eso. Nuestro sistema democrático tiene (y si no la tiene debe ser modificado para que así sea) la fuerza suficiente como para acabar con el terrorismo.

Ahora, en este momento de desierto, no veo la salida. Pero, estoy seguro de que hay una escapatoria. Dentro de la oscura habitación debe haber un resquicio por el que pase rayo de luz, (la luz siempre encuentra un sitio para colarse, por triste que sea la velada). Dios tiene que ayudarnos a encajar estos golpes que nos alcanzan desprevenidos, pero que nos azotan con la fuerza de un ciclón.

Los cristianos creemos en la fuerza de la oración. Por eso, en estos momentos tan duros hemos de pedir la ayuda de Dios para poder poner fin a esta pesadilla. Un mal sueño que lleva ya demasiados años desvelándonos.