Los menos, todavía se atreven pasear por las calles luciendo la elegante sotana. Los que más, optan por vestir "de paisano", aunque no reniegan de la camisa negra y el alzacuellos en las ocasiones que lo requieren. Yo, personalmente, los prefiero con alzacuellos. Me llena de devoción verlos caminar, distintos, diferenciados al resto de mortales. Aquí, en España, hay quien se asusta por ver a los curas vistiendo su "uniforme de trabajo": "Uy, qué carcas deben ser", piensan. Pero, ¿y si los policias no vistieran su uniforme o los médicos no se pusieran bata? ¿Cómo los distinguiríamos entre los numerosos pacientes del hospital o entre la marea de ciudadanos?
¿Qué personas tan raras son los curas verdad? ¿Se ha acercado alguna vez a charlar con alguno? Yo, sí. Están llenos de vida. Dentro de sí llevan una especie de batería espiritual que se recarga con cada misa, con cada confesión, con cada letanía y con cada fiel que se arrima para contarle sus inquietudes. Son distintos, es verdad, pero eso es lo que los hace especiales.
Sus manos están tocadas por el Señor. Cuando las imponen sobre tu cabeza algo mágico ocurre sobre ti. Un escalofrío recorre tu cuerpo de arriba abajo cuando, entre dientes, los oyes decir: "Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la Muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el misterio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". ¡Y qué paz! ¡Qué descanso para el alma que se siente perdonada!
Han sido ajusticiados, perseguidos, insultados, aclamados, odiados, quemados, asesinados, invocados, necesitados, amados... Para lo bueno y para lo malo. Siempre han estado presentes en las vidas de todos nosotros. ¿Qué tienen, que consiguen ser el centro de atención tanto para los creyentes como para los más acérrimos anticlericales? Sin duda, están tocados por Dios. Ahí está la diferencia. Son elegidos por Él. Ese "detallito" es el que provoca la admiración de unos y el desasosiego y la incertidumbre de otros.
Son humanos, sí, comenten tantos errores como nosotros, es cierto, pero, aun así, son los ministros del Señor, son sus semillas, son los encargados de hacer que este mundo se parezca cada día un poco más al Reino Divino. Una tarea nada fácil ante hombres y mujeres cada vez más olvidados de Dios. Hombres y mujeres para los que encontrar un segundo de paz se convierte en una verdadera odisea.
"Yo creo en Dios pero no en la Iglesia", oigo a menudo. Pero, la Iglesia fue instituida por el mismo Cristo y quien ama a Cristo ama su mandato y su creación. La Iglesia es imperfecta, sí, podemos estar más o menos de acuerdo con sus dogmas o restricciones, pero es ahí, en el amor que demostremos hacia Ella (incluso aceptando sus defectos), reitero, ahí, es donde va a comenzar a crecer nuestro amor por Cristo. La Iglesia, en manos del clero, es la que nos enseña a vivir creyentes, orantes y en alerta para que estemos atentos a la llamada de Dios.
Pero, ¿para que sirven los curas? Todos nos hemos hecho esa pregunta alguna vez. Los más atrevidos (no por ello los más sabios) tienden a contestar rápido: para nada, sólo para imponer y sermonear. Si bien es cierto que algunos se exceden en el tiempo de las homilías, no es verdad que los curas no sirvan para nada o que sólo dediquen su vida a decirnos lo malo que somos y a aburrirnos durante más de media hora en la misa. Que va, son mucho más que eso.
Son personas sensatas, educadas bajo un régimen estricto que los convierte en seres disciplinados. Preocupados por el mundo y por sus injusticias pero sobre todo preocupados por su feligresía que, regularmente, los visita en su iglesia correspondiente. Sirven, sí que sirven. Son guías; antorchas que mantienen encendidas la llama de la fe en nuestras almas, por muy a contracorriente que se presente la vida. Son hombros sobre los que llorar, son manos acogedoras, cálidas como las de una madre, son, ante todo, personas con un corazón enorme.
Gracias a todos esos locos, que un día dijeron SÍ y que hacen que, nosotros los cristianos, veamos mucho más clara la Palabra. Por más que os machaque esta sociedad, tened esto muy en cuenta: No sólo sois útiles, sino INDISPENSABLES.