martes, 27 de abril de 2010

Lecciones Desde El Nuevo Mundo

Aunque bien pudiera hacerlo cada vez que salgo a la calle, he decidido darles las gracias por aquí. Ayer, mirando el contador de visitas de mi blog, pude comprobar que, a pesar de llevar semanas sin escribir, la gente ha seguido picoteando por aquí. No sin asombro descubrí que una gran parte de las entradas proceden del otro lado del Atlántico, concretamente de América central y, sobre todo, del sur.

España acoge un gran número de inmigrantes prodecentes de Perú, Venezuela, Bolivia... Precisamente, un colega de Quito me comentaba bromeando hace poco que Madrid es la tercera ciudad más poblada de Ecuador. Por eso, como comentaba al principio, no es difícil darles las gracias porque siempre puedes verlos en el metro, detrás de la barra de un bar, limpiando algún portal...en definitiva: trabajando.

Pero de todos los lugares en los que veo gente latina me quedo con uno. Es el lugar de la fraternidad, en el que todos somos exactamente iguales. Es el lugar de la eucaristía. Me encanta entrar en la iglesia cada domingo y verlos ahí sentados, en familia. Vienen todos: el padre, la madre y los críos. El pequeño viene en el cochecito y posiblemente llore pero, no importa, están todos.

A pesar de cargar con trabajos duros y por lo general mal pagados, sacan tiempo (y eso es lo que me admira) para entregarselo a Dios. Nosotros, los religiosísimos; los de la vieja Europa de tradición cristiana; los de los grandes Santos; los devotos...nosotros, siempre andamos corriendo y apenas atendemos nuestras necesidades espirituales en detrimento de una fe cada día más vacía y debilitada.

Ellos, los inmigrantes, son, sin duda, un ejemplo para seguir. Los sudamericanos, a los que los Europeos les acercamos la Palabra hace más de 500 años, han vuelto hasta aquí para demostrarnos que posiblemente la tengan mucho más interiorizada que los occidentales, a pesar de que contamos con más de 2000 años de cristianismo.

Ahora son ellos los que zurcan el Atlántico. Posiblemente, también hayan descubierto un Nuevo Mundo. Por desgracia, mucho más alejado de Dios de lo que esparaban. Aun así, no pierden la fe. Al revés, con su aperturismo, su sencillez y profundidad nos dan una lección de humildad y vivencia de Cristo. Pero, sobre todo, ayundan a que el resto de la gente sencilla que compartimos la eucaristia, nos contagiemos con esa fuerza que transmiten y que nos ayuda a vivir la fe con mayor plenitud.


jueves, 15 de abril de 2010

Al Tercer Día Resucitó

"Dios está aquí. Tan cierto como el aire que respiras..." dice una canción de Iglesia. Y no hay nada más real: Cristo ha resucitado. ¡Cristo vive! Perdonad que lo grite pero, sin duda alguna y aunque chirríe a los oídos posmodernos, la resurrección de Jesús es el hecho más importante de la Historia de la humanidad. Me niego a que pase desapercibido.

El que dio la vida por la humanidad, sin distinciones de ningún tipo, no se quedó clavado en la cruz como algunos desearon. Ésta fue su medio, su "instrumento" para demostrar al mundo el amor del Padre.

Dios, el más grande, se hizo el más pequeño. Se humilló con santa paciencia: lo fustigaron; le escupieron a la cara; lo desnudaron ante todos; le insultaron y, finalmente, lo traspasaron.

¿Finalmente? No. De su costado "manó sangre y agua" (Jn 19. 34). Agua y sangre purificadoras y regeneradoras del destino humano. Fuente de vida y esperanza. Manantial de salvación y redención. Y esto era sólo el principio de lo que se les venía encima a los asustados apóstoles que días después empezarían a comprender...

Ahora más que nunca, recien pasada la Semana Santa, todos tenemos en nuestras mentes los momentos más importantes de la Pasión de Cristo. Borriquitas, Santas Cenas, Calvarios, Dolorosas, Santos Entierros y Resucitados se han encargado de revivir el fervor y la fe del pueblo.

Los Resucitados. Quizás pasan un poco desapercibidos, pero son figuras clave de la Semana Santa y de la vida cristiana en general. Posamos los ojos en El Prendimiento; remiramos a los Crucificados; nos emocionamos con la Madre y sus miles de advocaciones... Y a lo más importante, El Resucitado, llegamos extasiados. No señores. No señoras. Está ahí delante de ti. En esta ocasión sólo es una figura policromada, pero en tu corazón la resurrección de Jesús es real. ¿También necesitamos meter el dedo en la llaga? Bienaventurados los que no vieron y creyeron (Jn 20. 29).

Un Padre que demuestra con la entrega de su propio hijo, que no hay más camino que el amor al prójimo. Uno hijo que fiel al Padre acepta su designio y cumple su labor con pulcra dedicación. Ese es tu Dios: dador de amor hasta el extremo. Puedes sentirte orgulloso de Él porque no sólo murió por ti sino que, sobre todo, VIVE POR TI. Gracias a su vida todo ha cambiado a la hora de nuestra muerte. Y eso es impagable.

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN